Huellas en el adulto del maltrato en su infancia.

Wilson Vidal

Wilson Vidal Sotomayor

¿Qué huellas deja en un adulto el maltrato en su infancia? En nuestra sociedad hay muchas personas adultas que en su infancia fueron objeto de maltrato por parte de alguno de sus padres. La mayoría de ellos lleva después una vida normal, sin que desde fuera sea evidente alguna huella traumática. Más aún, la mayoría se declaran personas contrarias al uso del maltrato, ya que no quieren repetir los errores de sus progenitores. Pero hay ciertas huellas emocionales que esta experiencia de maltrato deja y que son difíciles de borrar. Algunas veces, estas huellas gatillan reacciones que pueden llevar a una persona que parece estar muy bien a hacer cosas que la pueden herir o herir a otros y verse en problemas.

Para comprender este proceso es necesario señalar que los progenitores son las personas de quienes aprendemos las pautas básicas de la vida emocional, aunque después nos diferenciemos a nuestro modo. Por una parte, nuestros padres son las primeras personas con las cuales experimentamos emociones, y lo hacemos en medio de ciertas pautas de interacción (protección-refugio; proponer-seguir un juego; poner un límite-responder al límite; etc.), con lo que nuestras reacciones más básicas van tomando forma. Por otra, el tono emocional, la intensidad y la pauta de interacción que los progenitores utilizan en su relación con nosotros es el molde de donde adquirimos la manera en que nosotros interactuamos emocionalmente con los demás.

En nuestra sociedad es bastante común que el maltrato hacia los hijos tenga lugar en episodios en que desafortunadamente el castigador descarga su rabia sobre el niño, en vez de comunicar autoridad y firmeza. Imaginemos que el castigado es un niño pequeño y el castigador libera su ira sobre él o ella. Lo más probable es que insulte, diga cosas que menoscaban y a veces humillan a su hijo y se muestre de un modo que es brutalmente contradictorio con el progenitor que ama, protege, valora y quiere. Esta situación es intensa y profundamente aterradora para el niño, y en ella experimenta una de las más intensas impresiones emocionales que habrá de vivir en su vida. Esta intensidad es tan elevada porque muy probablemente el niño no ha vivido algo tan amenazante e incomprensible hasta entonces. Más adelante quizá vivirá situaciones más peligrosas, pero las percibirá con más herramientas de las que tiene cuando es un niño y por tanto podrán no parecer tan amenazantes.

Un niño que haya sido sometido con reiteración a este tipo de experiencias llevará su huella por largo tiempo, quizá por siempre. Ese niño llegará a ser un adulto con una disposición a «leer» el enojo o la contrariedad de otras personas con una muy intensa alarma, experimentando ante ese tipo de claves una reacción emocional de alta intensidad. Esto tiene que ver con el hecho de que la contrariedad o el enojo de otros, especialmente si esos otros son personas significativas, en su caso son señales cargadas de significados como menoscabo, desamor y dolor que están por venir, desencadenando todas sus defensas y mecanismos de autoprotección. Al mismo tiempo, cualquier señal por parte de otro significativo de distancia afectiva o alejamiento emocional puede resultarle muy desestabilizadora a este adulto sobreviviente de maltrato, ya que gatilla en él (o ella) la alarma del desamor, del menoscabo y el dolor, ante lo cual de manera casi automática se desencadenan sus defensas. Esta dificultad para «leer» adecuadamente el enojo o el alejamiento de otra persona significativa muy probablemente gatillará la ansiedad del sobreviviente, estado bajo el cual puede actuar de manera manipulativa, insegura, defensiva y todo eso se puede transformar en un problema en sus relaciones cercanas.

Además de lo anterior, puede haber otros efectos que se pueden presentar en diferentes grados, como una alta propensión a la ansiedad, una baja autoestima, una dificultad para tomar iniciativas y ejercer la voluntad en aspectos relevantes de la vida, o bien una timidez excesiva. Quizá no esté demás decir que a su vez estas personas tenderán a utilizar la violencia para resolver sus conflictos con otras personas, incluso con sus hijos. Puesto que las personas desarrollamos mecanismos de defensa para compensar muchas de estas características emocionales, es perfectamente posible que no sean evidentes de inmediato y sólo aparezcan en las relaciones de mayor intimidad o cercanía, pudiendo hacer dificultosa la vida tanto para la persona que las experimenta como para quienes lo rodean. El maltrato infantil es abusivo y los padres de nuestra sociedad deberían aprender a administrar autoridad en relación con sus hijos, desarrollando la capacidad de ser firmes y amorosos a la vez para poner límites, en vez de descargar sin control su rabia contra un niño que no puede contrarrestarla.

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